domingo, 31 de mayo de 2015

18J12P14B


No hay palabras que el viento se pueda llevar, ni promesas por cumplir que no se cumplirán. Sólo la esperanza de que las cosas pasen porque tengan que pasar. 

Por una vez, surgió, y no hubo que decir absolutamente nada al respecto. Con el tiempo fuimos siendo un poco más, y también un poco menos. Un poco más conocidos, un poco menos desconocidos. Un poco más de unas cosas, un poco menos de otras. Hasta llegar a donde estamos hoy. Sin cambiar nada, sin decir nada, sin judgar, sin prometer, sin nada más que las horas pasando cuando estamos juntos, avanzando poco a poco en el calendario, ganándonos sin regalos caros, ni palabrerías baratas, el uno al otro. Ganando(nos).
¿De qué sirve el tiempo que perdemos contando las horas? ¿Qué más dan las horas si no las disfrutas? Olvida el calendario, el reloj, olvida el tic tac de las horas, los despertadores de madrugada, los horarios que siempre has llevado, olvídalo; piérdete, por una vez, en el tiempo, porque lo verdaderamente bueno es cuando te das cuenta de que las horas volaron entre risas, sábanas o que sé yo.
Hablo de cuando le veo a él y de repente han pasado tres horas, a cámara rápida, sin poder volver atrás, pero siempre son horas bien gastadas, invertidas diría yo. Es tiempo que no va a volver, y que no desearía que volviese. Quiero que se quede así, porque así es justo como pasó. Y cada vez que estamos juntos, nada es igual, pero en el fondo, tampoco es tan diferente. Es un ir y venir, una afirmación y una contradicción en la misma frase. Es tan complicado y tan sencillo... Dos niños jugando, sin reglas, sin trampas, sin un volvemos a empezar.
Estamos sin estar, porque no necesitamos etiquetas, ni convenciones sociales que nos digan cómo actuar. Ambos sabemos que uno y uno son dos, que esos dos somos él y yo, y también que un tercero podría complicarlo todo. Un buen amigo me dijo un día: "A veces, es mejor no cambiar nada, porque si tocas las cosas, suelen joderse", y puede ser. Yo tengo mi propia teoría: las cosas de verdad, las que así tenían que pasar, pasan sin forzarlas, y no hace falta decir ni una palabra, porque sale de adentro, sin explicaciones, sin porques, y solo pasan, fluyen por si solas. Las cosas buenas pasan cuando menos lo esperas, cuando no las buscas. Si las cosas buenas se quedan, y se meten bien adentro de ti, de ambos, entonces sobran las palabras, y se hacen el doble de buenas, y cuando eso ocurre ¿que podrías decir que lo mejorase?
Blaise Pascal dijo que el corazón tiene razones que la razón no entiende. Y sé que mi cabeza ama el orden, las manías, el hecho de que todo esté en su lugar... pero hoy por hoy, me enamoré del caos, del pequeño y caótico mundo de vivir sin planear; en concreto, del caos que él trajo a mi vida, cuando le conocí y decidimos seguir adelante. El caos de principio a fin, empezando por la forma más estúpida de conocer a alguien, pasando por la forma mas absurda de prendarse, de enloquecer cada día un poco mas, de dejar que ese caos tome el control sin oponer resistencia, de no pensar en el mañana, ni en qué vamos a hacer, ni en qué va a pasar cuando...; la forma más anárquica y maravillosa de dejar a las cosas pasar por si solas.
Es bueno, y bonito también, que todo pase sin querer...y volviendo al principio, que las promesas no formen nuestro día a día. Suele decirme que las palabras se las lleva el viento, que ya se verá. Y es verdad que no necesitamos promesas para confiar, ni fechas para darnos sorpresas, porque cada día cuenta y un día más no es un día menos, es un día más del que alegrarse, uno más a la cuenta, al suma y sigue. Las palabras y las promesas, al final, suelen recordarse por lo malo y no por lo bueno... Las promesas cumplidas se olvidan, porque es tan obvio que las promesas se hacen para cumplirse... pero, todos recordamos esas palabras que se quedaron en palabras, sin más. Es por eso que me enamora el caos de lo nuestro, porque ninguno dice nada, sólo pasa, sin pensar, sin pensar estamos como estamos, sin pensar un día cumplimos las promesas que nunca hicimos, hacemos las cosas que no dijimos que haríamos. El caos del momento, del aquí y ahora, del carpe diem, de vivir sin planes.
Qué voy a decir que no haya dicho... muchos desean el paraíso, lo buscan, buscan la forma de llegar a él.. y a mi qué más me da paraíso que infierno, si lo que importa es la compañía. Siempre existe la posibilidad de volver infernal el cielo, o paradisíaco el infierno, de darle la vuelta a las cosas, con las vueltas que da la vida...
He decidido amar el caos, su caos, nuestro caos. Y que mañana sea lo que tenga que ser. Las promesas no son la solución al desconcierto, pero vivir el hoy siempre deja un buen recuerdo para mañana.

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